La política de gestión del lobo en España está anulando el importante papel que posee como depredador

 

 

Pese a que España está evolucionando hacia ecosistemas  que en apariencia  se transforman en zonas de mayor  valor ecológico, perdiendo  el papel de terrenos de usos humanos a causa del despoblamiento rural,  gran parte de la fauna silvestre recupera  protagonismo.

 

Es un hecho real que este país comienza a  disponer de  enormes territorios con bajo rendimiento económico, lo que en apariencia parecen tierras y montes abandonados, pero que en realidad  están permitiendo la recuperación de una fauna silvestre  de gran valor ecológico.

 

Para unos, esta fauna de valor, es exclusivamente la cinegética,  pero por fortuna,  la oportunidad  de recuperación se  materializa en la presencia de  otras muchas especies, las que consideramos protegidas y salvo excepciones como el lince, la mayor parte de  predadores   han recuperado   niveles de población que posiblemente   sea difícil de comparar con otras épocas, pues durante cientos de años han sido perseguidos.

 

Lamentablemente no sucede  lo mismo con el gran depredador ibérico, el lobo, cuyas poblaciones han caído en desgracia a causa de una manipulada campaña de acoso social que le ha convertido en el punto de mira de sectores que ven en el lobo un competidor.

 

Resulta curioso enterarse por los medios de comunicación de las actuaciones de caza sin control de especies, debido a su alta densidad, a la necesidad de regular poblaciones o disminuir presión sobre intereses humanos. Pero todo ello a golpe de escopeta.

 

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Al lobo se le persigue y se le priva de ejercer el papel de controlador que la naturaleza le ha otorgado por evolución desde hace cientos de miles de años. Nuestro último gran depredador   tiene prohibido  cumplir con su papel ecológico. Ya sea el espacio que sea, protegido o sin proteger.

 

 

Vivimos el momento más retrógrado de los últimos 40 años de la conservación de la naturaleza, desde que en los años 70 se pusieron en marcha las primeras iniciativas civiles de conservación partiendo de cero. Luchando contra el  más absoluto acoso y  exterminio de  cualquier especie que no  tuviera valor cinegético, mediante la caza directa a tiros,  el uso de cientos de miles de trampas  o el veneno, hasta  conseguir  que especies como el lobo superasen   el difícil proceso  de la supervivencia.

 

 

 

 

 

Pero solo ha durado unos pocos años. Ni la mejora de la economía, ni  el mayor nivel cultural que se supone a la sociedad, ni la amplia normativa de protección de la  naturaleza, parecen ser  suficientes para contrarrestar  el golpe de odio que ha surgido contra el lobo en apenas  unos años.   El lobo, aunque se alimentase de lechuga, seguiría siendo posiblemente la causa de todos los males que impactan sobre el terreno rural de este país.