Es una de las especies menos conocidas de cuantas habitan en las montañas cantábricas. Quizás por su especialización a la grandes alturas

 

 

Pequeño, pero con una agilidad sorprendente, es el  habitante perfecto de los  riscos  y desfiladeros de la alta montaña. Aunque asociado siempre a los terrenos  abiertos,  su presencia también  es  muy frecuente en el interior de los bosques.

 

Silencioso, por la cuenta que le trae. Las poblaciones de rebeco  tienen una enorme importancia para la supervivencia de otras muchas especies.   Forman parte de la dieta alimenticia del lobo. Los jóvenes   dan su vida para alimentar  al águila real.

 

Y después de las grandes nevadas del invierno, cuando  llega el calor de la primavera y la nieve se va fundiendo desde el fondo de los valles hacia las cumbres, van apareciendo los cadáveres  de los rebecos que no han podido sobrevivir a las duras condiciones climáticas invernales.

 

La nieve ha mantenido  frescas estas carroñas que son  buscadas por lobos y osos cuando  aparecen bajo la cubierta de los árboles. Si    aparecen al descubierto, pronto los buitres darán cuenta del alimento.

 

La población de rebecos en la Cordillera Cantábrica es    muy importante, diezmada en ocasiones a causa de violentas epidemias que se propagan con rapidez a causa de la eliminación de su controlador; el lobo.

 

Matan  a los lobos para que no causen daños a la fauna cinegética como el rebeco, pero sin lobos, miles de rebecos pueden llegar a morir  por epidemias contagiosas. Así es la gestión del patrimonio biológico en las montañas cantábricas. No descubrimos nada que no sepamos, el egoísmo de quienes se consideran los dueños de la naturaleza se pone al descubierto cuando suceden estas cosas.

 

Pero  estos días de otoño, los rebecos comienzan a cambiar de abrigo. Se hacen  con un buen pelaje que les  deberá de proteger de ahora en adelante   de los climas más extremos que un animal salvaje pueda soportar. Viviendo en plena alta montaña entre la nieve, van a necesitar todas sus reservas para sobrevivir.

 

Acostumbrados a verlos de lejos, cumbreando, podemos disfrutar de su cercana presencia  con las cámaras del FAPAS.